miércoles, 27 de marzo de 2013

HASTA LO PUEDO TOCAR: JUEVES SANTO


Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa, y con El los apóstoles, y les dijo: Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado una copa, después de haber dado gracias, dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios. Y habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y se lo dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de mí. De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes. (Lucas 22, 14-23) 


El Jueves Santo es el gran pórtico del triduo sacro, los días del gran amor de Jesús por nosotros. Cada día del triduo sacro nos recuerda ese amor de un modo diferente. El. Jueves Santo pone ante nuestra vista el misterio de la entrega de Jesús, hecho sacramento de amor. El jueves, el amor se hace alianza, una alianza que implica la entrega total de Jesús para que nuestros pecados sean eliminados. En la eucaristía, que Jesús realiza por primera vez, El hace la ofrenda de su cuerpo y de su sangre bajo el misterio del pan y del vino. Ofrenda que, horas después hará en la realidad de la cruz. Existe una conexión inseparable entre la última Cena y la muerte de Jesús, pues el Jueves Santo Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre, su existencia terrena, se entrega a sí mismo, anticipando su muerte y transformándola en acto de amor. En la eucaristía, Jesús se hace presente de modo real, con su cuerpo entregado y con su sangre derramada, como sacrificio de la Nueva Alianza y constituye a los Apóstoles y a sus sucesores ministros de este sacramento, que entrega a su Iglesia como prueba suprema de su amor. Jesús instituye, al mismo tiempo, la Eucaristía como “memorial” de su sacrificio, y a sus Apóstoles como sacerdotes de la nueva Alianza. 

El amor de Jesús en el Jueves Santo es tan concreto que lo podemos tocar, lo podemos comer, lo podemos hacer plenamente nuestro. El amor de Jesús es tan concreto que se hace amor al prójimo, en el rito del lavatorio de los pies. Es este un momento de amor hasta el extremo, a modo de parábola viviente, que Jesús realiza para enseñarnos que se despoja de su divinidad, que se inclina sobre nuestras miserias y las limpia. En este gesto, que Jesús inaugura en la última cena, se resume su vida y se manifiesta manifestación su amor hasta el colmo, su amor infinito, que, al entregarse a nosotros, nos hace capaces de amar como Jesús nos ha amado. 

El Jueves Santo se prolonga en la noche de Getsemaní, donde Jesús experimenta la soledad y la angustia mortal. En el huerto de Getsemaní, a pesar del horror que suponía la muerte, el Hijo de Dios se adhiere a la voluntad del Padre; para salvarnos acepta soportar nuestros pecados en su cuerpo, “haciéndose obediente hasta la muerte”. En este día, nosotros le podemos acompañar como no lo hicieron los apóstoles, pues en la reserva del Santísimo (lo que conocemos como El Monumento) contemplamos a Jesús en la hora de su soledad y, de una manera casi física, velamos con él, lo consolamos en su tristeza y depresión. Cada Jueves Santo, el relato de Getsemaní se hace vivo de nuevo, porque su amor por nosotros no tiene fin y nos acompaña siempre, en nuestras soledades, en todas las noches en las que se nos ha hecho pesada la fidelidad a la voluntad de Dios y en las que hemos sentido la amenaza de la traición.


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