lunes, 15 de octubre de 2012

EL SEGUNDO DE TRES PASOS: ESTAR A LOS PIES DE LA CRUZ




El seguimiento de Jesús no es solo escuchar su palabra y colaborar con él. El seguimiento de Jesús debe confluir en la configuración con él. Y esto implica, de modo necesario el participar en lo que se conoce como el misterio pascual, esto es, en su muerte y resurrección. Una participación que viene claramente simbolizada en el bautismo: muertos al pecado pero vivos para Dios. Una participación que se vive en cada Eucaristía, pues cuando nos acercamos a comulgar, recibimos el sacrificio del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. María Magdalena progresará en su encuentro con Jesús participando de su cruz. Así nos lo narra el evangelio de san Marcos: 15:44-47 Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. Y María Magdalena y María, la madre de José, miraban para saber dónde le ponían. 

María hace de testigo de la sepultura de Jesús, es testigo junto con otra mujer, para dar certeza de que en verdad Jesús ha muerto. A ella no le toca morir con Jesús, pero sí dar testimonio de su muerte. El discípulo de Jesús tiene que atravesar con Jesús el misterio de la muerte. El misterio de la muerte no solo debemos entenderlo como una desaparición física, sino, sobre todo, como una donación hasta el final. No siempre los seres humanos entendemos esto. No siempre se nos abre los ojos para contemplar que la donación total del Hijo de Dios es una señal de que el amor de Jesús por nosotros no tiene ningún límite, que va más allá de lo que los seres humanos podemos ser capaces de prever. Se nos hace extraña una donación de este estilo. Pero no lo es para Dios. La muerte de Jesús entra en la lógica de Dios, que quiere destruir el egoísmo que causa el pecado precisamente con su opuesto, con el amor que renueva la amistad. El discípulo de Jesús, si es verdadero, como lo es María Magdalena, no puede eludir el comprometerse como el maestro. 

Nosotros no sabemos cómo seremos partícipes de la cruz del Señor, pero no le deberemos sacar el bulto cuando se nos presente. Sobre todo, la cruz que nos hace testigos del principal gesto de Jesús: renunciar a sí mismo, dejar de lado el egoísmo. No sabemos si un día se nos pedirá una cruz física, ni que rostro tendrá. Lo que sí es cierto es que ya desde ahora podemos y debemos participar en lo central de la cruz de Cristo: renuncia al egoísmo y entrega generosa en todo lo que podamos, identificándonos con Jesús-Camino, abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida en Él”. (Aparecida n.137) María Magdalena tendrá que entender que no es posible seguir a Jesús sin la cruz, sin la renuncia, sin la muerte del egoísmo. A María Magdalena deberá entender que el seguimiento de su Maestro implica una donación sin reservas. De este modo, el rostro de la cruz se hace también el rostro de María Magdalena. Jesús no quiere dejar fuera del misterio de la cruz a esta mujer que lo había seguido con fidelidad. No lo hace, porque el misterio de la cruz está ligado al misterio del amor, al misterio de la redención del pecado y a la victoria de la vida de Dios en el ser humano.

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