viernes, 6 de abril de 2012

CAMINO DE SEMANA SANTA (3) COMPARTIR LA MUERTE DE JESUS



22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. 23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. 24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. 25 Era la hora tercia cuando le crucificaron. 26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos». 27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: « ¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, 30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» 31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. 32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También le injuriaban los que con él estaban crucificados. 33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», - que quiere decir - « ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» 35 Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías». 36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle». 37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. 38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. 39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». 40 Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, 41 que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. 42 Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, 43 vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. 44 Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. 45 Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, 46 quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. 47 María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto. 

El Viernes Santo no es un día cualquiera, es un día en el que conmemoramos de forma muy particular la entrega de Jesús hasta la muerte y muerte de cruz. No se trata de buscar experiencias extrañas, a través de devocioens extremas, sino de profundizar el significado de lo que Jesús vivió en su persona. El Viernes Santo conmemoramos la pasión y la muerte del Señor; adoramos a Cristo crucificado; participamos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. Es un día para acudir a su corazón desgarrado, del que brota sangre y agua, como a una fuente; de donde mana el amor de Dios para cada hombre. El Viernes Santo es un día para acompañar a Jesús que sube al Calvario; dejémonos guiar por él hasta la cruz; y aceptar en nuestra vida la ofrenda de su cuerpo inmolado. Cada Viernes Santo tenemos la oportunidad de volver a valorar el don de una vida, la vida de Cristo por la salvación de otra vida, la nuestra propia. Quizá nos hemos acostumbrado a esto y ya no valoramos lo que significa. Pero la experiencia de saber que Cristo ha entregado todo su ser, todo su amor y toda su misericordia por cada uno de nosotros no puede dejarnos indiferentes. Se dice que el Viernes Santo es un día de luto, pero realmente debe ser un día para entender hasta el fondo, de un modo solidario, la muerte de Cristo y para reflexionar con madurez el sentido de su don por cada uno de nosotros. Esto fue lo que hizo san Pablo cuando afirmaba que “mientras vivo, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Si el Viernes Santo hacemos la práctica del Vía Crucis o hacemos la lectura de la Pasión del Señor narrada por alguno de los cuatro evangelistas, puede sernos de utilidad para hacer más nuestro lo que Cristo vivió por nosotros. Cristo no vuelve a morir, pero yo sí puedo hacer más mío lo que significó esa muerte para mí. El modo en que yo viva el Viernes Santo me puede ayudar a comprender el estado de ánimo con que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, y así descubriré lo que orientaba su obrar. El criterio que guió cada opción de Jesús durante toda su vida fue su firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre y de serle fiel. Una voluntad que tenía como motivación central el amor a cada uno de nosotros. Leer con calma la pasión y dejar que me hable al corazón, puede ser un modo de vivir el amor que se nos entrega en este viernes santo.

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